Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco,
los cuchillos de jade hallaron su visaje ceremonial en boca
de las ametralladoras.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, Nuño de Guzmán
oró ante Huitzipochtli
y le ofreció el sacrificio.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, descubrieron
aterrados que otra vez existía ese país,
aquel que ellos creyeron sepultado
bajo el jade y las plumas y los estípites y los palacios de
Adamo Boari y los desayunos en Sanborn’s,
de su oportuna y mestiza retórica.
Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, treinta años de
paz más otros treinta años de paz,
más todo el acero y el cemento empleados en construir la
escenografía para las fiestas del fantasmagórico país,
más todos los discursos
salieron por boca de las ametralladoras.
Lava extendiéndose para borrar lo que iba tocando, lo que
iba haciendo suyo,
para traerlo a la piedra del ídolo nuevamente.
¿Pero lo trajo de nuevo a la piedra del ídolo?
¿Pero tantos y tantos muertos por la lava de otros treinta
años de paz,
terminarán en la paz digestiva de Huitzilopochtli?
Se llevaron los muertos quién sabe adónde.
Llenaron de estudiantes las cárceles de la ciudad.
Pero al jade y a las plumas y al estofado de los estítipes y
a los nuevos palacios que ya no construyó Boari, y a los desayunos en
Sanborn’s,
se les rompió por fin el discurso.
Y cuando intenten recoger esos fragmentos de ruido para
contemplarse,
encontrarán en ellos solamente
a los muertos hablándoles.
A treinta años de paz —como a otros treinta años de paz—,
más todo el acero y el cemento empleados en inventar la
sombra de un país,
más a todos los discursos y los planes de negocios
dulcemente empapados
por el olor de los desayunos en Sanborn’s,
se les rompió, de pronto, el espejo.
Se apostaron como siempre detrás de una iglesia,
poco importa si laica o religiosa,
y otras “Noches” y otras “Matanzas”,
vinieron en ayuda de ellos.
En la Plaza de las Tres Culturas,
el “Cacique gordo de Zempoala” y don Nuño de Guzmán y el
anciano general perfectamente empolvado,
descubrieron que en realidad eran uno solo, porque
secretamente siempre
desearon parecerse a Limantour.
Después de haber desayunado juntos en Sanborn’s,
el “Cacique gordo de Zempoala” y don Nuño de Guzmán y el
anciano general perfectamente empolvado,
en la Plaza de las Tres Culturas, escucharon
—ya uno de los últimos conciertos—
el vals Dios nunca muere.
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